De la serie: ‘Cuentos de la Congregación del Refugio’
Pocas veces en la historia aparecen personas que ya sea por una u otra cualidad son recordadas a través de las generaciones, éstas a su vez pueden inspirar historias o novelas, como en el caso de Quevedo y su Buscón de Sueños que relata las aventuras de un pícaro que anda de un lugar a otro probando suerte, haciendo escándalos, saliendo de mil y un peripecias, estafador, ladrón, mendigo y vagabundo.

¿Qué diría usted estimado lector, si yo le dijera que alguien así existió en verdad? Y no tan solo que haya existido, sino que además, fue habitante de la Congregación del Refugio, Ignacio de la Garza fue un indio nativo de Camargo, hacía poco que sus abuelos habían sido bautizados y no opusieron resistencia a la colonización en tiempos de Don José de Escandón, criado en la casa de la familia Capistrán y bajo los cuidados del Capitán Goseascoechea nuestro protagonista nace en 1772 y en 1789 pasa a vivir a el Refugio a el rancho ‘El Sacramento’ de su familia adoptiva, y es aquí donde comienza nuestra historia, un 2 de julio de 1804…

¡Monos colgados! ¡Monos colgados! –exclamaban los chiquillos- ¡Monos colgados en casa de Don Cayetano Medrano! ¡A medio Real! -gritaban sin cesar- era toda una novedad, ¡Títeres en la Congregación del Refugio! En aquella pequeña comunidad de recios rancheros y labradores, el rumor corrió como pólvora, y pronto todo el pueblo sabía de la función en casa de unos de los vecinos principales, y pronto, la incipiente plazoleta con sus humildes jacales viejos de adobe y techo de palmito tenían a todos comentando del espectáculo que se presentaría. Obviamente ninguno de los vecinos principales se perdería la función, hasta el Padre Ballí estaría ahí, lo mismo que Don Vicente López de Herrera y sus hijos, los Capistrán, los Girón y hasta los Cisneros que habían venido desde Caja Pinta y los Solís desde su rancho y los Chapa también lo mismo de Santa Gertrudis.

Nuestro protagonista, tenía 32 años soltero y de oficio vaquero, pero de tan malos modos que dondequiera que iba y trabajaba, lo corrían al poco tiempo, por todas las maldades y robos que hacía, y tanta mala era su fama, que ya nadie confiaba en él , más aun así, los monos colgados, Nacho quería ir a ver, mas ¡Ay! No traía ni un peso partido por la mitad, ni un cuartillo de real…ni un tlaco, nada tenía…

En vano con el titiritero habló, que por piedad lo dejara ver la función, pero el artista, no perdonaba nada -No vuestra merced, yo nada gratis doy, pero traiga usted medio real y verá que bien se va a divertir”, el mensaje fue claro y tajante: o se le pagaba, o no había nada, y Nacho, nada consiguió, enojado, por aquello pensó: “Agora vas a ver si no me dejas ver los monos, cochino tal”.
Y aunque sin educación ninguna, maliciosa su mente fraguó plan para vengar aquel agravio… una vez que el titiritero había dado su función, todo el mundo se divirtió, las gracias de los títeres, las bromas y voces de sus historias, fue todo un deleite de chicos y grandes, todos rieron, cenaron tamales y bebieron gratamente por la ocasión pues raras veces en esta Congregación había tiempo para la diversión, siempre era trabajar de sol a sol y también de cuando en cuando los ataques de los indios de las praderas a todos ponían en apuros, así era la vida por aquí, por lo cual, el disfrutar de ver títeres era toda una novedad…

La noche como cómplice de su fechoría le asistió, fue a la casa de Medrano, saltó fácilmente la cerca de carrizos y mañoso como era, abrió con astucia la cerradura de la puerta de madera y sin ser visto ni oído por le pesado del sueño de todos que acabaron cansados después de la fiesta se dirigió a donde descansaba el titiritero, cuando vio a los pobres títeres indefensos…y…con cautela los tomó, salió de la casa para irse a las afueras de la Congregación para dirigir sus pasos hacia el Estero de San Pablo…y cuando estuvo por aquellos lugares solitarios…
¡Zaz! Uno tras otro cayeron despedazados por sus rudas manos, otros se llevó al jacal donde a veces dormía, y el infeliz aquel, muy ufano con su hazaña, aquello una justa venganza creyó.
Continuará…
* Nota: ‘Correr las mesteñas’ era un vocablo usado para referirse a la captura, amansamiento y venta de caballos salvajes, lo cual daba muy buenas ganancias a los rancheros del Refugio, ya que un caballo ‘a dos riendas’ con su silla llegaba a costar 10 pesos, una mula 20 y un burro ‘manadero’ hasta 30, el principal patrimonio de las familias durante la época colonial en esta región era el ganado mular y caballar.