Ignacio de la Garza: El Buscón de sueños

De la serie: ‘Cuentos de la Congregación del Refugio’

2da parte

Muy ufano se deslizaba entre las callejuelas del Refugio Nacho, cuando ante tal alboroto en la casa de Cayetano Medrano, éste, alarmado se levantó pensando lo peor, indios salvajes o un ladrón merodeando su pobre jacal, armado de valor y con un viejo sable salió a hacerle frente a aquel truhan, llegó hasta la tienda donde se hospedaba el maestro titiritero y éste a una viva voz le dijo –señor, ¡Que desgracia! ¡Mire como han dejado a mis títeres!- al ver aquel desastre Don Cayetano de los títeres rotos y esparcidos por el suelo la cólera lo asaltó de súbito, aquella afrenta debía ser vengada en el acto y con el rostro enrojecido por la ira increpó al titiritero -¡¿Pero quién ha sido el culpable?!- el artista solo alcanzó a decir –al parecer era un indio, de muy malos modos y de ropa miserable, que me reclamaba el no haberlo dejado entrar a la función de hoy- ¡Ah! ¡Ya se quien ha sido ese tal bribón! –Espetó Don Cayetano- pero ahora veremos quién es cada cual, y así diciendo se apresuró a la casa de Don Vicente López de Herrera aun con el sable en la mano y echando maldiciones a nuestro protagonista, repetía una y otra vez -¡Maldito indio odioso e incorregible!-

Primera foja del expediente contra Ignacio de la Garza, 4 de julio de 1804

Cuando llegó a la casa del Diezmero y Juez que era Don Vicente, tocó fuertemente a la puerta y llamándolo a voces –Pero por Dios, que es este San Quintín, Cayetano, mira la hora que es- dijo Don Vicente aun adormilado al ser despertado tan abruptamente  a tan altas horas de la noche, -¡Ese maldito indio de Ignacillo, Vicente, ese maldito bribón me ha hecho mil y un destrozos en mi casa por Dios! Y no es la primera vez que esto sucede, y usted más que nadie lo sabe bien, ¡¿Es que acaso no hay justicia en este pueblo?! –Dijo escandalizado Don Cayetano-

Don Vicente, era en un ya un vecino de edad avanzada y tras una vida dedicada a la milicia era de un carácter fuerte después muchas vicisitudes allá en Chilapa y como ya había tenido personalmente pleito con Ignacio se sintió aún más molesto, tanto porque ese tal indio era un bribonazo así como por haber turbado su sueño –bien usted lo dice, y creo que todos estamos hartos de él, mandaré por él a Don Antonio Rosas y que lo prenda de inmediato, llévate contigo a otros tres hombres para darle caza- mientras todo esto ocurría, nuestro protagonista se había ocultado en las afueras del pueblo, seguro que nadie lo había visto y reíase solo de sus maldades y bien convencido de que había obrado bien y nadie daría con el culpable de aquellos destrozos y robos, mientras examinaba los títeres que arrebato al titiritero quiso hacer las mismas gracias pero sin ningún resultado, cuando de pronto… se cernían sobre el unas sombras detrás de él -¡Atájenlo! ¡Atájenlo! ¡Que no se suelte! ¡Llévenlo a la cárcel!.

Oficial de Fusileros “Blancos”, 1780.

La pequeña Congregación del Refugio ya desde hacía tiempo atrás había habilitado unos cuartos que funcionaban a manera de Real Cárcel, ya que era muy tedioso el tener que llevar cabalgando y atados a los reos hasta la Villa de Reynosa en donde se encontraba el Justicia Mayor, por ello, se nombraron a diversos vecinos para que fueran Tenientes de Justicia, pero casi ninguno duró en el cargo, hasta Don Vicente, a pesar de ser superado en número, las fuerzas de Nacho eran no menospreciables y a grandes esfuerzos lograron someterlo al grado de romperle la camisa en el proceso, Nacho pegaba manotazos, alaridos, maldiciones y amenazas, para después ponerle los grilletes y encerrarlo hasta el día siguiente.

Firma de Don Vicente López de Herrera, Teniente de Justicia de la Congregación del Refugio.

Muy temprano en la mañana, salían los vecinos a trabajar y atender sus negocios propios del campo y la ganadería, como era una comunidad pequeña en donde generalmente todos se conocían entre sí y además muchos estaban emparentados por sangre o matrimonio no fue raro que apenas entrada la mañana ya todos supieran cual había sido la nueva fechoría de Nacho, por todos lados y toda la gente solía decir: “Ese maldito indio bribón que nos causa tantos males” “Es un incorregible, se le debería de echar de aquí de una buena vez” “Es por eso que salió huyendo de casa del Capitán Goseascoechea, quien querría estar cerca de él”, y no era para más, pues aun preso como estaba, no cesaba de gritar y amenazar a sus captores, lanzaba injurias y golpeaba las paredes y puerta de su celda, hasta que llegó Don Vicente, acompañado del escribano, Don Cayetano y otras personas más, apenas entraron y Nacho les lanzó las peores maldiciones que en aquellos tiempos y en estos lares se podían escuchar, Don Vicente, siendo un militar de venerable edad con severidad dijo –Silencio, maldito bribón o si no yo te haré callar con un cintarazo- ahora –dirigiéndose a Don Cayetano -Dígame que pasó anoche y porque tanta algarabía con este indio Ignacillo –Pues vera usted Don Vicente, con muchos trabajos logré que un maestro titiritero viniera hasta nuestra Congregación a dar una función para divertirnos y como Ignacio no se le dejó ver la función, arremetió contra los títeres, robándose unos y destruyendo los demás, y aun tuvo el descaro de insultarme mi casa y hacer mil maldades en las casas de todos los aquí presentes –señalando a las personas que lo acompañaban- Pablo –diciendo al escribano- tome usted la declaración a este bribón y que nos dé cuenta de todas sus maldades para que el Señor Gobernador le de lo que se merece, el escribano afiló la pluma sacó unos pliegos de papel sellado de un cartapacio y se dispuso a redactar la confesión de nuestro protagonista.

Continuará…

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