4ta parte
De la serie: “Cuentos de la Congregación del Refugio”.
Y así sentenciado quedó Ignacio a pasar la noche en el cepo, y casi sin darse cuenta comenzó a rememorar su vida desde su más tierna infancia hasta donde la memoria le alcanzaba…
Camargo 1782, tierras del Capitán José de Goseacoechea…
¡Pero quién ha dejado salir del corral a los caballos! ¡Ea, Ea, Ea! ¡Atájenlos! ¡Atájenlos! ¡Lorenzo! ¡Juan! ¡Pedro! ¡Vengan en este momento! –vociferaba a grandes voces el Capitán- y sus vaqueros presurosos llegaron a capturar a los caballos que se hallaban dispersos por todo el agostadero, tarea que les llevó buena parte del día, desatendiendo a las labores y creando una gran algarabía, el Capitán estaba muy molesto y su rostro tenía el ceño severo y enrojecido de ira y se paseaba de un lado a otro mascullando maldiciones y una vez que se hubo resuelto aquel fandango se dirigió a Lorenzo, uno de sus vaqueros y le preguntó: ¿A ver, Lorenzo a quién le tocaba cuidar a la caballada el día de hoy? –Pregunto en tono severo el Capitán- Señor –respondió temeroso Lorenzo- hoy le tocaba a Ignacillo y lo vi al despuntar el alba, mas no lo hemos visto ya…
¡Tráiganme a ese maldito muchacho de una vez! –ordenó el Capitán- y los mozos presurosos fueron en su búsqueda, mientras tanto nuestro protagonista estaba dormido plácidamente bajo la sombra de un árbol sin preocupación alguna cuando de pronto sintió unas fuertes manos que lo asieron por la camisa –maldito muchacho flojo- le dijo una voz al tiempo que despertaba- ahora por tu culpa a todos nos van a dar de cintarazos- era Lorenzo muy molesto quien le hablaba- pero yo que he hecho -respondió Nacho-,pues la caballada se soltó y ahora el Capitán te va a castigar ¡vámonos!- le dijo Pedro en tono imperioso-

Y así diciendo se lo llevaron a rastras no sin grandes trabajos pues Ignacillo daba manotazos y se revolcaba en el suelo hasta que llegaron a la casa del Capitán en donde lo tenían agarrado de los brazos para que no se fuera a soltar -¡Ahora si vas a ver maldito muchacho! Tu trabajo es cuidar la caballada y el ganado ¡¿y qué andabas haciendo?! ¡Dormido, echado como un lirón! Es por eso que comes malagradecido –le decía el Capitán casi quedando afónico- y tomo un sable que mostraba evidentes signos del paso del tiempo y con la parte plana le dio cinco cintarazos a Ignacio en la espalda –Y esto es para que no se te olvide cuál es tu trabajo y tu deber- dijo el Capitán- la mirada de Ignacio estaba llena de cólera, según él pensaba no había hecho nada malo y los caballos no se irían a ningún lado, pero nada podía hacer.
Con el cuerpo molido por los golpes y el esfuerzo hecho por librarse de sus captores Nacho se fue al jacal que compartía con la familia Capistrán, que estaba techado con palmito, construido de palos y adobe, cercado de carrizo la puerta siendo de palos y un cuero, no era muy grande pues apenas media 8 varas de largo y 6 de ancho, con la cabeza cabizbaja y su temblando de cólera entro mascullando maldiciones en contra de sus agresores cuando Francisco, uno de los hijos de Don Bernardino le preguntó: ¿Bueno, Nacho qué tienes? Pareciera que un potro te hubiera arrastrado por el corral –el Capitán me dio de cintarazos porque se soltó la caballada y me encontraron dormido bajo un árbol- le contestó Ignacio con un semblante serio- pero ya verán me vengaré- como diciéndose a sí mismo- Pues hay de ti porque te ira peor- le contestó el niño Francisco- y haciendo caso omiso del consejo que le daba Francisco, Ignacio comenzó a fraguar su venganza…
Al día siguiente se levantó temprano y el rancho estaba sin novedad, como era tiempo de verano apenas salió el sol y se comenzó a sentir el sol con intensidad desde muy temprana hora –Ahora van a ver esos Lorenzo, Pedro y Juan- pensó para sí Nacho- y sin que fuera advertido logro escabullirse en sus jacales en búsqueda de cosas que robar…cuando de pronto vio algo escondido entre las ropas del vaquero Lorenzo… ¡Un tenedor! Y no solo eso, también había una cuchara y unos buenas botas, algo desgastadas pero de buen talante –Con esto ya verán quien es cada cual y si son tan hombres que me los quiten- pensó envalentonado Nacho y así como entro, salió sin ser visto ni oído.

Hoy le tocaba cuidar a las ovejas, tarea que si bien no era tan difícil, tenía que cuidar que no erraran muy lejos más allá de los linderos del agostadero, pues muchas no tenían fierro y se podían perder, muy ufano de su hazaña escondió las cosas robadas detrás de un árbol con unas ramas encima, a su parecer, nadie pensaría que lo robado estaría ahí. Mientras Lorenzo salió como de costumbre muy temprano a trabajar, el día de hoy tenía que llevar unas mulas para la venta a Don José Narciso Cavazos y que tenía por destino final a San Juan de Carricitos, almorzó frugalmente y se despidió de su esposa y está ya sea por obra de la casualidad y para mala fortuna buscó precisamente los enseres de cocina para hacer la comida y ¡Oh! ¡Desgracia! ¡Ni el tenedor ni la cuchara estaban! Alarmada por el robo fue corriendo con su vecina Teresa a preguntarle si sabía algo – ¡Teresa, óigame usted mire que desgraciada, me han robado mi cuchara y mi tenedor! ¿No sabrá quien ha sido el bandido que se ha llevado mis cosas? –Quien habrá sido, yo no lo sé, pero bien temprano vi al indio Ignacillo rondando por aquí como buscando algo y después vi que se fue- le contestó su vecino- ¡Voy a darle aviso al Capitán Goseacoechea, ese maldito muchacho flojo y ladrón! –dijo enojada la esposa de Lorenzo- y corrió presurosa a la casa del Capitán.
Toco la puerta de la casa y la esposa del Capitán giró la llave de fierro que atrancaba la puerta y al ver a la esposa de Lorenzo tan agitada le preguntó: ¿Por Dios María, pero qué pasa? Pareciera que has visto a indios salvajes –Pues es un indio del que se trata precisamente, es ese maldito Ignacillo, yo creo que él me ha robado, pues ahora que quise buscar mi cuchara y tenedor no lo he encontrado y le pregunté a Teresa y me dijo que lo vio rondando por ahí, ¡por favor que Don José haga algo! –Calma muchacha, calma a ese bribón le darán su merecido- les respondió la esposa del Capitán.

Don José estaba viendo cómo se herraban unas mulas en los corrales cuando llegó su esposa a contarle lo sucedido -¡Por Dios con ese maldito indio incorregible! – ¡Pedro, me lo mandas prender inmediatamente! –Ordenó el Capitán- y tomando dicho vaquero un caballo se dirigió a toda prisa a prender a nuestro protagonista…
Continuará…