De alcabalero a mendigo: La ruina de Don Cayetano Girón

Cuentos de la Congregación del Refugio

Primera parte

Hace mucho, mucho tiempo, más de lo que pudieran contar ustedes con los dedos de sus manos, muchos más de los que ustedes o yo hemos vivido juntos, hace tanto tiempo que ya nadie recuerda, cuando las aguas abundaban, los bosques eran profundos y verdes, cuando el mundo era mucho más grande que ahora, mucho antes…cuando el Rey de España todavía mandaba en estos lares tuvo lugar esto que les contaré…

Expediente ejecutivo promovido por Don José Antonio Guzmán contra Don Cayetano Girón 1806

Corría el año de 1806 en la Congregación del Refugio, una aldea con pequeñas casas hechas de lodo, palos, con cerca de carrizo y techos de palma, cuyas puertas eran más unos cueros las más veces, su pequeña iglesia construida no mucho tiempo hacía ya y la plazoleta más o menos traza que era defendida por una palizada y sus callejuelas mal trazadas, existió un señor que se llamaba Cayetano Girón y aprendan muy bien de esto que a él le paso, pues los hombres que confían su destino a la fortuna y tienen por mal costumbre manejar como suyo el dinero ajeno acabaran en la desgracia…

Desde el año de 1801 se estableció en El Refugio un sub receptoría de rentas o estanco, que es donde los vecinos de ya una congregación de más de un centenar de personas compraban ciertas cosas que solo tenía el derecho de vender la Corona y que ese dinero iba a parar a la Real Hacienda…en teoría, barajas para jugar y apostar, tabaco, pólvora y papel sellado, sí, de ese que se usa para hacer testamentos, escrituras y esas cosas que la gente que sabe escribir entienden, pues bien, como Don Cayetano era pariente cercano del ya finado Capitán Ignacio Anastasio de Ayala, no le fue difícil obtener tan codiciado cargo.

Así se vestían los habitantes de la Congregación del Refugio…por lo menos, los pudientes…

¿Porqué era codiciado? Ah, pues por una sencilla razón; verán ustedes, el alcabalero de todo el dinero que cobraba, se quedaba con un porcentaje, y no crean que cobraba poquito, porque aunque la Congregación era pequeña en teoría, cobraba por todos los productos que entraban al pueblo y por todo lo que los vecinos necesitaban por fuerza o necesidad ¿Qué que era lo que mas vendía? Pues los naipes para jugar y apostar, naturalmente y después pólvora, muy necesaria para poder cargar las municiones de los trabucos, pistolas y mosquetes al momento de defenderse de los indios o los bandoleros que muy de vez en cuando solían merodear los ranchos y los caminos a las fueras de la Congregación.

Además de eso, Don Cayetano tenía mucho ganado, que bien sus hijos le ayudaban a capturar y después iba y los vendía a Béjar, a Monterrey o hasta Ozuluama con lo cual, se hizo pronto uno de los vecinos más ricos y aquí es donde comienza nuestro relato…

La noche anterior había sido muy ajetreada, Don Cayetano se la había pasado un buen rato jugando baraja, tomando vino y cenando en casa de su compadre Don Vicente López de Herrera, pero no, no era de esos fandangos populares que solían acostumbrar los demás vecinos, no, era una tertulia más bien decente a las medidas de lo posible en aquellos parajes algo desolados, se platicaba, bebía y jugaba amenamente, ora ya apostaba de a 15 o de 20 pesos, ya con dinero suyo o con dinero ajeno, en eso se le iban las horas a Don Cayetano, a su compadre Don Vicente, también estaban ahí Don Cayetano Medrano, Don José de la Garza Falcón, el Padre Ballí, Don José Antonio García, en fin, los dinerosos del pueblo.

Como Don Vicente era un vecino muy respetado y como militar que era, despidió a sus amigos como a eso de las 11 de la noche y se fueron todos a acostar, por las obscuras callejuelas iba caminando algo desganado Don Cayetano porque quería seguir jugando, pero pues, ni a donde, y no iba a andarse juntando con aquella chusma que de entre todos el peor y mas contumaz era Nacho Garza que muchos males y maldades hacía en donde quiera que iba, y sin mas remedio, llegó a su jacal y se acostó tranquilamente a dormir sin la menor preocupación pensando en que tendría que abrir el estanco en la mañana para comenzar a despachar.

Grupo de jugadores de baraja

Y eso era un decir, pues el estanco y las casas consistoriales tan solo quedaban a unos metros de su casa, porque, como vecino principal que era, su casa estaba en la “Plaza” que hacía poco tiempo habían trazado aquellos frailes, se levantó como de costumbre a desayunar, por estos parajes aunque algo alejados de las grandes ciudades o de villas más regulares como Reynosa o Camargo, se comía bien…para los que podían, había abundancia de borregos, chivos y vacas, por ello, la birria, el consomé, los tamales, las tortillas, frijoles y demás viandas no faltaban en la mesa de Don Cayetano, desayuno de manera frugal en aquella mesa tosca y gruesa que el mismo había hecho, allá en su natal Salinas, cuando se vino a acompañar a su yerno, el Capitán Ignacio Anastasio de Ayala, “ah, como vivía al día allá en Salinas, no tenía ni tierra pa´ sembrar y ora que nos vinimos pa´acá nos va retebien, le decía a su mujer y a sus hijos” continuó -“ora que me paguen lo que me deben en septiembre, vas a ver, cuando el guarda me de mi premio, nos vamos a comprar mas caballada y haremos hartos pesos”- mientras hilvanaba en su cabeza castillos en el aire de toda la fortuna, que según el, haría.

Firmas de Vicente López de Herrera, Cayetano Girón y Cayetano Medrano.

“Sí, si, ahí están todos los papeles y apuntes en mi libro de caja de todas las cuentas que me deben”, se dirigió al estanco, contó las cosas que tenía para vender y el dinero que había en la caja, despacho a dos o tres gentes, cuando llegó Chepito, un niño que de vez en cuando le hacía mandados a los vecinos aquí y allá con lo cual le daban algún cuartillo o alguna golosina trayéndole una noticia: “Oiga Don Cayetano, fíjese usté´ que acaba de llegar Don Lucas de la Garza desde San Carlos, oritita está hablando con Don Vicente y me mandó con usté´ pa que preparara las “quentas” del estanco, esto, causó una gran impresión en Don Cayetano, no esperaba que el Guarda llegará en esta época del año, siempre llegaba como a mediados de agosto o septiembre, y estamos en abril…Don Cayetano le dio las gracias a Chepito, le dio un cuarto de real y Chepito salió muy contento.

Don Lucas de la Garza era el Guarda que era el encargado de revisar las cuentas los alcabaleros, cuanto se había vendido, cuanto tenía en el estanco y el dinero producido y así calcular el “premio” al alcabalero, hombre serio y de poco humor, se dirigió a donde Don Cayetano, como era costumbre, en esta ocasión lo había mandado de manera extraordinaria el Gobernador Manuel de Yturbe e Yraeta, llegó con un semblante serio y frío, saludando de manera recta y formal a Don Cayetano, este, con cierto nerviosismo, le devolvió el saludo, porque ya sabía lo que iba pasar, le hacían falta en la caja 700 pesos, cantidad fabulosa que había prestado a ciertos individuos y que le aseguraron que en septiembre le pagaban todo…

Es que he ahí el verdadero negocio, el alcabalero además de cobrar, prestaba el dinero a rédito, cuando se lo devolvían, además obtenía un porcentaje de ganancia por el rédito junto con el “premio” que le tocaba por su empleo, es por eso, que el ser alcabalero era un puesto muy solicitado, pero en esta ocasión, le hacían falta 700 pesos y ni como hacerle…¿De dónde sacarlos? Nadie en El Refugio tenía esa cantidad en reales contantes y sonantes, si los tenían…en caballada, en mulas, en borregos…pero monedas, pesos de plata, nada, los vecinos del Refugio no tenían dinero líquido, todo lo tenían invertido en sus propiedades y por siempre le pedían prestado a el como alcabalero.

Don Lucas se la pasó toda la tarde haciendo cuentas, sumando, restando y contando el dinero que entró y que salió…y le dijo a Don Cayetano: “Señor, parece ser que a usted le hacen falta 700 pesos”.

Cuenta del estanco de la Congregación del Refugio en 1806

Y es aquí donde comienza la ruina de Don Cayetano Girón…

Continuará…